PREMIOS MUJER 2024

Alicia ante el espejo

A finales del verano, poco antes de la Diada, el Diario de León publicó una carta de un lector que, por sus apellidos -García Crespo, quiero recordar- y su lugar de veraneo, parecía ser originario de la montaña leonesa. En la carta, dicho individuo se declaraba catalán, hondamente catalán y solo catalán, y pedía a España que, de una vez por todas, les concediera a los catalanes la independencia, que les dejara ser independientes, lograr un Estado propio. Su lectura me causó una profunda pena al comprobar cómo, si no a todos sí a muchos emigrantes o hijos de emigrantes, el nacionalismo les había lavado el cerebro y sobre todo me interpeló hasta el punto de preguntarme ¿qué les hizo España, o mejor la tierra de sus ancestros, para renegar de ella y odiarla hasta el punto de repudiarla? ¿Será que los que no hemos emigrado a Cataluña no entendemos lo que aquella región está viviendo? ¿Será verdad el manido mantra de “España nos roba”, que tan buenos dividendos parece proporcionar a los nacionalistas? ¿Cómo el PSC e IC y los sindicatos UGT y CC.OO. pueden defender propuestas tan insolidarias como las de CiU y ERC?

Las palabras de Alicia Sánchez Camacho, líder del PP catalán, hace un par de semanas me han traído la respuesta, porque desvelan con nitidez el fondo de este nacionalismo, que apela a los sentimientos identitarios, pero que reclama dinero e insolidaridad. Sánchez Camacho lanza a la palestra una propuesta de financiación autonómica “singular” para Cataluña, porque -lo dice sin tapujos, aunque luego se desdiga- hay que limitar la solidaridad de Cataluña para con el resto de España. Todo lo que esta mujer y el Partido Popular defendieron durante años a capa y espada, es decir,  que no son los territorios los que tienen derechos sino los ciudadanos, se disuelve como un azucarillo. Alicia se ha mirado en el espejo y se ha visto afeada y flacucha, y ha pensado que la culpa es de los españoles que le chupan la sangre. Hace suyo el mantra del España nos roba ¡Lo que nos faltaba!

Los barones del PP, con el silencio como siempre de Rajoy, se revolvieron furiosos ante tal despropósito, y hasta la nueva presidenta del PSOE Andaluz, Susana Díaz vislumbra ahora a dónde conducen las medias tintas, la cesión constante a las insaciables reivindicaciones nacionalistas y la utilización partidista de los temas de Estado. Todos los partidos políticos catalanes, con la excepción por ahora de Ciutadans, quieren una España con comunidades de primera y comunidades de segunda; unas con más derechos y privilegios que las otras. Si esto ocurriera, España habría desaparecido como Estado y como nación. Algunos para detener esta locura hablan de federalismo e incluso de confederalismo, pero los nacionalistas más consecuentes no quieren más que la independencia, aunque intuyan o sepan las consecuencias que algunos organismos internacionales, y algunas voces locales, ya han anunciado, pese a que las ignoren o las oculten a la población, dado el control absoluto que hay en Cataluña de los medios de comunicación, una auténtica omertá.

Explicar cómo se ha llegado a esta situación sería largo y prolijo para tratarlo en este artículo, pero tiene nombres y apellidos, y no sólo de políticos como Pujol, Mas, Maragall o Zapatero, sino los de otros muchos -intelectuales, profesores, periodistas, artistas- que por connivencia, miedo o silencio se callaron ante lo que estaban viendo o leyendo, por ejemplo una falsificación de la historia repugnante. No es extraño que una serie, como Isabel, no sea del agrado de los nacionalistas catalanes porque, pese a ciertos aspectos novelescos, refleja con claridad el papel subordinado de Cataluña dentro de la Corona de Aragón, y aún menor en el proceso de unificación que se inica con el reinado de los Reyes Católicos.

En este artículo sólo pretendo analizar algunas consecuencias que las posturas ambiguas están provocando en la sociedad civil, los partidos políticos y el Estado. La más peligrosa de estas es la fractura de la sociedad civil, dividida cada vez más en dos bandos irreconciliables. En Cataluña es evidente, como lo han puesto de manifiesto tanto la Diada como el 12-O. Los manifestantes catalanistas, jaleados por la Generalitat y los medios de comunicación parecen más y son mucho más visibles; pero el 12-O ha demostrado que, aunque los silencien, también hay muchos catalanes que no son independentistas, y que se sienten tan catalanes como españoles. Algún día, como ocurrió en el País Vasco tras la muerte de Miguel Ángel, los callados, los temerosos y amordazados ocuparán las calles, solo hace falta el apoyo del resto de España, ese que apenas tuvieron los 100.000 que se manifestaron el pasado día de la Fiesta Nacional. En el resto de España esa fractura se ha intentado con la Memoria Histórica y la asignatura de Educación para la Ciudadanía pero no ha cuajado.

Otra consecuencia puesta de manifiesto por las encuestas es como este asunto desangra a los partidos políticos, sobre todo a los más incoherentes. El ejemplo más claro es el del PSC, partido que durante años ha representado a los sectores obreros de las ciudades industriales catalanas, al cinturón rojo de Barcelona. Sus incoherencias le han llevado a perder el poder de la Generalitat, el ayuntamiento de Barcelona y buena parte de los núcleos históricos del socialismo catalán. Incluso CIU, dividida por la locura de Artur Mas, no solo perdió la mayoría absoluta en unas elecciones convocadas para ganarlas ¡vaya fiasco!, sino que todas las encuestas posteriores muestran un descenso acusado en la intención de voto a la coalición, cada día más dividida. El PP debería haber logrado hacerse con una parte del electorado socialista y convergente, al menos de los sectores más moderados, pero no lo logra ¿por qué será? Solo ERC y Ciutadans aumentan, uno por ser la versión genuina del separatismo, el otro por ofrecerse como tabla de salvación de los que se sienten catalanes y españoles. Fuera de Cataluña, también el PSOE no consigue levantar cabeza. El discurso melifluo de Rubalcaba le perjudica. Algunas voces comienzan a disentir del mismo.

La imagen que proyectan estas divisiones, estas rebeldías, estos procesos secesionistas perjudica a toda España, porque tal imagen no es el mejor reclamo para salir de la crisis económica. El despilfarro autonómico no ha sido una buena política; pero no despejar, de una vez por todas, el problema territorial es una locura. Si España fuera un país normal, por ejemplo como Alemania que busca estos días la coalición entre la democracia cristiana y la socialdemocracia, los grandes partidos nacionales deberían ponerse de acuerdo en esto, porque afecta no a la estabilidad política, a la vida económica y social, al bienestar ciudadano; pero parece que esto es pedir peras al olmo. Rubalcaba quiere desbancar como sea al PP de las instituciones; no tiene ni va a tener los votos para hacerlo, así que propugna alianzas con el resto de los partidos políticos, incluidos los nacionalistas ¡ya sabemos a que precio! No son los partidos los que pueden solucionar el problema sino la sociedad civil. Solo una nueva pedagogía y una lucha ideológica volcada en la defensa de la nación española y el Estado de derecho pueden cambiar este rumbo que, de lo contrario, nos precipitará en el caos.