Alberto entre naranjos

Alberto Rivera era conocido en su Cataluña por ser asiduo y activo en círculos de la derecha nacional. Tras los sueños adolescentes, no sin sarampiones que atemperaron las fiebres juveniles, logró conformar una opción política españolista en una de las regiones más contestatarias al Estado español contemporáneo. Simpático para la gran mayoría de la opinión pública nacional, su discurso directo y sin rodeos lo ha aupado al liderazgo de otro de los fenómenos emergentes que aspiran a romper el bipartidismo clásico en los gobiernos de España.

En Cataluña los chicos del color orange han desplazado no sólo en el Parlament a la derecha nacional del PP, sino a la nacionalista que ha preferido autoinmolarse en una espiral de alianzas con un monotema, la independencia, por encima de todo servicio social o tarea de gobierno.

En Castilla y León, al ser un fenómeno de moda política con tintes sociales atractivos, se mimetiza lo que sucede en otros puntos de España con nuestras propias particularidades. Ciudadanos, que es como se llama esta partido, sí cuenta con representación en todas las nueve provincias -y media- de la Comunidad. De hecho, en importantes ayuntamientos e incluso en la propia Junta se han convertido en parte a tener en cuenta. La mezcolanza de su precaria estructura proviene de diversos ámbitos. Los hay eternos buscadores de hueco en la cosa pública, sin importar mucho las siglas sino el momento adecuado; también un grupo creciente de desencantados con «la casa madre», esto es, el Partido Popular; pero no crean, que también ingresan en sus filas personas del centroizquierda. Un ejemplo de este último sector podría ser el incombustible Francisco Sosa Wagner, el profesor leonés de Zapatero que tuvo responsabilidades durante el Felipismo socialista, resucitó con los escindidos de UPyD y ahora se presenta bajo la sombra de un naranjo aleccionando a los cachorros de Ciudadanos.

Alejandro J. García Nistal para ABC