Ya está todo dicho sobre Morano. O casi. El ex alcalde de la capital leonesa se ha llevado a la tumba algunas de las claves de la política local durante los años de la Transición democrática. Y, salvo que haya dejado material escrito, hay incógnitas políticas que nunca podrán despejarse. En este sentido, en los últimos años le había insistido a Morano en mi disposición a escribir su historia política. Le trataba de convencer de que yo era el periodista adecuado porque siempre había sido crítico con gran parte de su trayectoria. Siempre contestaba que él no tenía nada que contar. Lo decía, claro está, con la boca pequeña. Morano ha sido una de las piedras angulares de la política local en los últimos cuarenta años. Al menos en lo que se refiere al centro derecha leonés.
Mantuve con Morano una relación muy tensa, como no podía ser de otra manera entre un director de periódico y un alcalde de la capital. A pesar de ello, nunca dejamos de hablarnos, saludarnos y hasta compartir algunas confidencias. Morano era uno de los últimos ejemplares de la clase política que, repleta de sentido común, fue capaz de culminar con éxito la Transición. Eran aquellos políticos que encajaban las críticas sin romper las relaciones con los periodistas. Siempre mantuvo el tipo y nunca me perdonó mi apoyo profesional al denominado Pacto Cívico. Uno de los asuntos que, por cierto, más flecos ha dejado por explicar. Hay un Morano anterior y posterior al Pacto Cívico. El contenido y el alcance de las conversaciones y posteriores acuerdos que Morano mantuvo con José María Aznar se lo ha llevado a la tumba. La resolución del Pacto Cívico cambió a Morano y, con él, la política del centro derecha leonés. La gaseosa del leonesismo, del exitoso “Solos podemos”, se diluyó con aquella decisión.
Morano se acostó un día populista y leonesista y al día siguiente se levantó afiliado a AP/PP y domesticado por la obligada disciplina de partido. Una especie de caída laica del caballo como San Pablo. Morano fue uno de los primeros inventores del populismo en la primera etapa democrática. Morano, el burgalés Peña y el cántabro Hormaechea pusieron en valor la política basada en el victimismo, en el agravio comparativo y en el enfrentamiento a los grandes partidos nacionales. Para que hablen ahora de los populismos como un invento reciente. Cuántas lecciones podría haber dado Morano al supermoderno Pablo Iglesias, salvando las distancias ideológicas, o a Albert Rivera. Morano era el populismo en ebullición y en León se acabó cuando él cambió de chaqueta por el interés de Estado, claro.
Morano tampoco explicó nunca sus relaciones de amor/odio con el abogado y líder de AP José María Suárez; con su amigo y enemigo Pérez Villar y todos los incidentes, incluso alguno violento, que tensaron aquellas relaciones; y, bueno, la no menos turbulenta relación con la asesinada Isabel Carrasco, basada en la teoría del tobogán y del cruce de intereses. Y qué historia la del recibimiento al entonces muy honorable Jorge Pujol, remarcando las españolísimas ge y jotas en su discurso de bienvenida en el Ayuntamiento. A provocador no le ganaba nadie.
Morano dio alas en un momento dado al leonesismo y cuando le convino cortó esas alas. Sin más explicaciones. No tuvo una ideología porque nunca le hizo falta. Gobernó a impulsos y con las vísceras en las manos. Salía a la calle y le bastaba el baño de multitudes para tomar decisiones. Sí, cambió la imagen de la ciudad. Fue el alcalde de los jardines y por eso se le recordará eternamente. Pero fracasó en la modernización de León. Es lo que tienen los populismos, mucho humo y pocas nueces. Descanse en paz.