Elena Lázaro/Sinc No existe ninguna evidencia científica que sostenga la decisión de los gobiernos municipales de cerrar los parques en las ciudades. Todo lo contrario.
Desde que empezó la pandemia, la comunidad científica internacional no ha parado de ofrecer pruebas de que son los espacios cerrados mal ventilados los ambientes en los que el SARS-CoV-2 se transmite con mayor facilidad.
Uno de los primeros estudios en este sentido se publicó en abril. Lo realizó un equipo japonés examinando 110 casos de contagio. Rastrearon uno por uno y llegaron a la conclusión de que los espacios cerrados son 18,7 veces más peligrosos que los espacios abiertos y ¿qué es un parque? Un espacio abierto.
Este estudio de abril fue publicado como preprint. Eso significa que se difundió antes de que lo revisaran lo que en ciencia se conoce como pares, es decir, otros científicos que someten los resultados a un examen para comprobar su fiabilidad y encontrar sus debilidades. Desde entonces se han publicado cientos de artículos científicos sobre cómo el SARS-CoV-2 es capaz de transmitirse por el aire varios metros. Uno de los últimos esta misma semana.
La clave está en los aerosoles, que son las partículas que emitimos al hablar, al toser e incluso al respirar y que se quedan suspendidas en el aire durante un tiempo. Esas gotículas minúsculas pueden contener virus y si las respiramos nos podemos infectar. Miles de personas dedicadas a la ciencia, desde diferentes áreas de conocimiento, llevan desde el inicio de la pandemia discutiendo la importancia de los aerosoles en la transmisión sencillamente porque de ello se derivan las medidas de seguridad que pueden salvarnos de ser contagiados y de contagiar.
Al principio de la pandemia, cuando no llevábamos mascarillas, se consideraba que las gotículas pesaban demasiado y no eran capaces de sostenerse tanto tiempo en el aire como para contagiar. Entonces se puso el foco en la vía de contagio por contacto con superficies. ¿Alguien se acuerda de las horas desinfectando la compra?
Ahora sabemos que las superficies no son tan relevantes como vías de transmisión. Los centros para el control de enfermedades de EE UU (DCD) reconocen como vía principal las gotículas de personas cercanas y como vía secundaria, los aerosoles.
La física y la ingeniería mundial llevan meses haciendo simulaciones para ver cuánto tiempo aguantan y a qué distancia son capaces de llegar. Se han hecho pruebas en laboratorios, en espacios abiertos y en espacios cerrados, unos bien ventilados y otros con escasa renovación de aire. Uno de los últimos se publicó esta semana en la revista Physics of Fluids firmado por investigadores del Instituto India de Tecnología de Bombay.
Su conclusión es que los aerosoles son importantes en la transmisión, pero no la vía fundamental. Vuelven a decir en que la distancia y la mascarilla son fundamentales para evitar el contagio, y no dejan de insistir en que el riesgo es mayor en espacios cerrados mal ventilados, a la vez que subrayan la relevancia del tiempo en la ecuación. Más tiempo en un espacio cerrado implica más posibilidad de contagio.
Y si todo está tan claro, ¿por qué se cierran los parques?
La razón suele defenderse desde una perspectiva de gestión. Para evitar el contagio bastaría con que todas y cada una de las personas que habitan el planeta pudieran cumplir con las medidas sanitarias individuales, las famosas 3 M: mascarilla, metros y manos limpias. Pero ni el planeta es un laboratorio ni los humanos robots. Vivimos en comunidad. Por eso, quienes enfocan el problema desde la salud pública y la epidemiología insisten en que hay que reducir la vida social de la población. (También insisten en que los parques son más seguros y más saludables en todos los aspectos que los bares).
Y ahora llega la razón política. Los gobiernos en democracia no pueden controlar los movimientos de la ciudadanía, pero sí pueden minimizarlos reduciendo espacios de socialización. Al principio de la pandemia se cerraron todos los espacios públicos salvo los esenciales para la vida: tiendas de alimentación y centros sanitarios. También quedaron abiertos los estancos, pero ese es otro asunto. Conforme la curva se fue frenando volvimos a ver abiertos los gimnasios, las tiendas, los bares y por fin los colegios, los institutos y las universidades.
¿Y qué ocurre ahora cuando la curva vuelve peligrosamente a ascender? Que los gobiernos han vuelto a revisar los espacios de socialización y han decidido que podemos seguir acudiendo al gimnasio, a las tiendas y a los bares, pero no al parque. El argumento en estos últimos casos es puramente económico. Mantenemos los espacios que generan dinero y obviamos los que favorecen la salud.
Un doble peligro
El peligro de esta decisión es doble. Por un lado, el cierre de los parques tiene un efecto inmediato sobre la salud de la población. Hace más de 200 años que sabemos que el ejercicio al aire libre favorece nuestro estado de salud. De hecho esa idea fue uno de los pilares el higienismo, la teoría médica que permitió reducir la mortalidad en Europa a partir del siglo XIX. Desde entonces sobran las evidencias científicas que insisten en cómo la vida al aire libre beneficia a la salud.
Este estudio es del año 2018. Fue publicado en la revista Environmental Research por un equipo británico y en él se realizó un análisis (en ciencia lo llaman metaanálisis) de otros 143 estudios publicados en los que se ofrecían pruebas desde diferentes perspectivas sobre los beneficios que los espacios al aire libre tenían para la salud humana.
Entre sus conclusiones se señalaba expresamente que la vida al aire libre reducía la incidencia de enfermedades provocadas por coronavirus. Entonces no teníamos el placer de conocer al SARS-CoV-2, pero ya sabíamos que los espacios al aire libre no eran un buen ambiente para sus primos. ¿Y qué son los parques? Espacios al aire libre.
Tampoco podemos caer en la ingenuidad de pensar que los parques son la vacuna y que por estar en un parque podemos actuar libremente. El gobierno canadiense evaluó los riesgos de las actividades habituales en los parques, los mantuvo abiertos e hizo una serie de recomendaciones sobre cómo estar aún más seguros en los parques.
En la misma línea un equipo científico estadounidense elaboró toda una serie de recomendaciones a corto y largo plazo para mantener los parques abiertos.
Cerrando los parques, los gobiernos están arriesgando la salud de la población. Pero ese no es el único peligro. La psicología también ha advertido sobre ello. Por mucho que desde los discursos políticos se aluda a la “moral de victoria” y al relato bélico, la población está cansada y las medidas contradictorias no basadas en evidencias científicas y sin efectos reales sobre los contagios solo generan desafección.
Corremos el riesgo de acabar cuestionando todas las medidas, incluso las que han dado pruebas sobradas de su eficacia como las mascarillas y la distancia física.
Valentía municipal
La pandemia de covid-19 ha supuesto una prueba definitiva para los estados democráticos, que no pudieron copiar la gestión china del problema por razones obvias. La democracia exige transparencia y debate parlamentario (la bronca política es otra cosa, aunque en España nos haya sobrado). La covid-19 ha permitido evidenciar que en nuestra organización del Estado, las instituciones comparten responsabilidades y tienen márgenes de acción más amplios de los que pudiéramos creer.
En Brasil, por ejemplo, ha sido ejemplar el trabajo de las entidades locales frente al discurso oficial de un presidente negacionista. Pero no hay que ir tan lejos. Los servicios sociales del Ayuntamiento de Córdoba dieron una lección de compromiso y trabajo bien hecho durante los días de confinamiento, reuniendo todas las iniciativas públicas y privadas en una única plataforma: Todos por Córdoba, sin esperar a la tramitación de ayudas específicas por parte del Gobierno central o el autonómico. Tenía margen de maniobra y lo utilizó.
Con el cierre de los parques, los ayuntamientos tienen una oportunidad de oro para liderar un movimiento real que humanice las ciudades y las adapte a la nueva situación, cuestionando en el caso de Andalucía la orden del 14 de octubre que obliga a cerrar los parques. Hay evidencias de sobra para ello.
Elena Lázaro es presidenta de la Asociación Española de Comunicación Científica y coordinadora de la UCCi en la Universidad de Córdoba.