PREMIOS MUJER 2024

A Dios pongo por testigo

Al final, el juicio por el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, el 12 de mayo de 2014, se va a sustanciar por una cuestión de fe. Es a lo que se agarran las defensas de las acusadas, Monserrat, asesina confesa, su hija Triana y la amiga de ésta y policía local de la capital, Raquel Gago
El abogado de Raquel Gago, durante su intervención (Casares / Pool / Ical)

El abogado defensor de Raquel Gago, Fermín Guerrero, en un arrebato de fervor religioso no dudó en poner a Dios como testigo de la inocencia de su patrocinada. Ningún miembro del Jurado se santiguó. Ni en ese momento los cielos se abrieron ni se dejó escuchar un trueno. Sólo algún murmullo entre el público, que llenó, por primera vez en un mes, los bancos destinados a los ciudadanos.

Quizá por eso, la propia Raquel, la última interviniente en el Juicio, que ha durado cuatro semanas, no dudó en situarse con aplomo de pie, en medio de la sala de audiencias, delante del micrófono y mirar fijamente a los ojos de los miembros del Jurado para declarar, entre sonoros sollozos, su inocencia. “Soy inocente”, repitió. Su cara compungida, rota por la amargura y el dolor, podría haber pasado perfectamente por una Dolorosa tras el paso de Cristo en la Cruz. “Un día me levanté, fui a trabajar y por la tarde cambió mi vida”.

Raquel agradeció a sus amigos de verdad su apoyo en estos meses, reprochó la crítica de quienes sólo la conocen de un día, valoró el trabajo de su abogado y, concluyó, con otro lacónico “soy inocente”. No se enjugó las lágrimas, que corrieron por las profundas grietas de su rostro.

Segundos antes, la otra acusada y ya examiga oficial de Raquel, es decir Triana, en sus últimas palabras antes de que el miércoles comiencen las deliberaciones del Jurado, logró contener la emoción, sujetar las lágrimas y, con cara de una ensayada María Magdalena delante de los fariseos, aseguró que los psiquiatras de parte que le habían examinado en la prisión, es decir los que su familia pagó para hacer el informe sobre la supuesta locura de su madre y sobre la obsesión compulsiva de ella misma, la habían tratado tan bien que sólo a ellos, sobre todo a unos de los profesionales fallecido recientemente, logró abrir el cofre íntimo de sus secretos para desvelar por primera vez que Isabel Carrasco la había “entrado” y hecho proposiciones sexuales deshonestas una tarde de enero del año 2010 en la propia casa de la víctima.

Con una tenue voz, casi de mártir en el potro del tormento, Triana denunció que las forenses de las acusaciones, en cambio, no las habían querido entrevistar en la prisión sino que las hicieron viajar hasta el juzgado, donde ni siquiera les quitaron las esposas. ¿Cómo iba abrir su corazón a unas asépticas forenses que les hicieron unos test con las esposas puestas?

Por último, Triana, con los ojos muy abiertos, extraviados y mirando hacia el banco del Jurado y con la misma vocecilla de ultratumba, reprochó a muchos conocidos y a los que creía sus amigos que no hubiesen recordado o que hubiesen mentido o que ni siquiera hubieran acudido al juicio como testigos para declarar lo pérfida que era la víctima.

Defensas: Más de lo mismo

En sus conclusiones definitivas ante el Jurado, los dos abogados defensores se eternizaron en recordar lo ya conocido. El defensor de Monserrat y Triana, el letrado José Ramón García, trató, en una larguísima intervención, de resaltar los evidentes fallos en la instrucción, las contradicciones habidas en varios testigos, las mentiras de los policías de Burgos, la ausencia de algunas pruebas periciales determinantes y la grave chapuza del informe oficial sobre el posicionamiento de los móviles de las acusadas. Al mismo tiempo, desacreditó con contundencia el testimonio del policía nacional jubilado, Pedro Mielgo, sin cuya acción el caso no se habría resuelto, pero que el abogado no dudó en convertirlo de héroe en villano.

Algo parecido hizo con el ya famoso controlador de la ORA, Julio, con quien Raquel conversaba cuando Triana le introdujo el bolso con el arma del crimen en el interior de su coche. Su conclusión es que Julio, al final, no sabía o no recordaba su posición concreta y hacía donde miraba en cada momento. Otro al que trato de desacreditar.

El objetivo del abogado era sembrar más que dudas razonables entre los miembros del Jurado, dudas sustentadas por una cada vez más evidente deficiente instrucción y por la ausencia de una reconstrucción inmediata de los hechos por parte de las acusadas. Sobre esos errores procedimentales se sustentan las dudas razonables que argumenta el defensor y que pueden representar una rebaja considerable en la pena de Monserrat, una condena leve a Triana y la absolución a Raquel.

Fermín Gurrero, el defensor de Raquel, cerró el capítulo de exposiciones de las alegaciones finales asegurando que no se había podido demostrar el supuesto móvil que habría llevado a Raquel a participar en el plan para asesinar a Carrasco. La amistad se rebela como insuficiente. En una persona con la vida hecha y cómoda.

Por eso hizo hincapié para demostrar la inocencia de su defendida que algo llamado disonancia cognitiva, una especie de bloqueo mental, le indujo de forma involuntaria a no decir a nadie de su entorno durante treinta horas que el día del crimen había estado tomando el té en casa de Triana y de Monserrat y que luego había coincidido con Triana en la calle Lucas de Tuy, donde ésta habría metido en el interior de su coche el bolso con el arma del crimen. Raquel salió de su especie de estado hipnótico selectivo al descubrir el bolso con el arma en su coche en la tarde del 13 de mayo, momento en el que comenzó a recordar todo y a dar detalles a su amigas y familias de sus encuentros el día anterior con Triana y Monserrat. En ese momento llamó a la policía y comenzó su calvario particular.

Y por si esa disonancia cognitiva no fuera lo suficientemente consistente, el abogado, emulando a la protagonista de “Lo que el viento se llevó” no dudó en poner a Dios por testigo de la inocencia de Raquel. Lo dicho, cuestión de fe.

Duelo en el ring de la sala 

Si por la mañana había sido el fiscal, Emilio Fernández, quien había solicitado de forma oficial la apertura de un procedimiento al abogado Fermín Guerrero, defensor de Raquel Gago, por su extraña y no explicada desaparición de un día en la primera semana del juicio; por la tarde correspondió a este letrado descargar una brutal tanda de artillería contra el fiscal, a quien acusó de no acudir al juzgado de instrucción para conocer la chapuza del informe de los técnicos sobre el posicionamiento de los móviles de las acusadas y, sobre todo, por haber cometido la presunta irregularidad, denunciada ante la Fiscalía General, de convocar una rueda de prensa cinco días antes del inicio del juicio, en la que, en tono peliculero barato, narró, eso sí off the record, los hechos como si se tratase de un argumento de la mafia calabresa en Estados Unidos.

Así se las gastan los fiscales y los letrados cuando se aburren. Dirimen sus brutales diferencias cuasi personales delante de las cámaras y ante unos anonadados miembros del Jurado. Lo dicho, así está la Justicia.