V. Silván Se llama Araceli Ruiz y es una ‘niña de la guerra’. Esta asturiana, aunque con raíces en Fromista (Palencia) -de donde eran sus padres-, está a punto de cumplir los 91 años, pero aún mantiene vivos y muy despiertos los recuerdos de toda una vida, que más que recuerdos ahora se convierten en lecciones de historia, ya que sus ojos vieron el horror de la Guerra Civil española, el exilio junto a otros niños a la Unión Soviética, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y hasta la revolución cubana.
“Yo tenia trece años, era el año 37 y entonces ya sabéis que estaba la Guerra Civil, en Gijón teníamos un acorazado que bombardeaba todos los días y entonces todos países de Europa y parte de América Latina y Asia se ofrecieron voluntarios a admitir a niños españoles mientras durase la guerra”, empieza a contar Araceli en la charla-coloquio sobre ‘Los niños de la guerra’ en Ponferrada, dando los detalles de ese viaje hasta Rusia como si hubiese sido ayer y no hubiesen pasado cerca de ocho décadas.
Esta ‘niña de la guerra’ recuerda que la Unión Soviética se había comprometido a acoger entre 3.000 y 4.000 niños. “En Asturias hicieron una lista de los que querían mandar a sus hijos allá y unos 1.100 niños salieron”, relata Araceli, que explica que entonces no sabían qué día exacto partiría el barco. “Mientras tanto estábamos concentrados en escuelas o quintas y llegó el 23 de septiembre, ya por la noche nos dijeron que salíamos ese día, Gijón estaba envuelto en la oscuridad total y los autobuses que nos llevaron al Musel, al puerto, todos con las luces apagadas”, cuenta.
Allí iniciaba esa “aventura” forzosa que tenía como destino la ciudad rusa de Leningrado. “Cuando llegamos al puerto nos metieron en las bodegas, era un carguero y yo creo que los tripulantes eran chinos”, apostilla Araceli Ruiz, que recuerda que pasó dos días sin comer en el trayecto hasta Saint- Nazaire, ya en Francia, donde harían transbordo a un trasatlántico ruso y donde tuvieron muy buen recibimiento. Pero ese barco era pequeño para los más de mil niños españoles, junto a maestros y educadores, por lo que hicieron una nueva escala en Londres, donde les esperaba otro trasatlántico “gemelo”. “Partimos, uno llegó por la mañana y otro por la tarde, en Leningrado el recibimiento fue apoteósico”, destaca.
“Mientras aquí eramos como hijos bastardos porque éramos de padres de izquierdas, aunque mi padre no era del partido simplemente de la UGT, pero éramos hijos de perdedores, de republicanos nos despreciaban y, sin embargo, allá nos recibieron con pancartas, como niños de la guerra del heroico pueblo español”, añade Araceli, que reconoce que la vida allí fue dura pero que, recalca, “el hambre es muy inteligente”. Así, en Leningrado había dos casas para los niños españoles y otras dos en las afueras, donde estaban los “parvulos” que aún no habían comenzado los estudios. “El limite de edades era entre cinco y trece años”, puntualiza.
Pero llegarían tiempos peores. “Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial fue la catástrofe”, asegura Araceli, que cuenta que tras el estallido de la contienda les trasladaron al puerto de Odesa, en el mar Muerto, pero el mismo 22 de junio fue bombardeado e incendiado. Los niños fueron evacuados y, tras cruzar el mar Caspio y el desierto, llegaron a Samarkanda (Uzbekistán). Allí pasó toda la guerra hasta que, una vez finalizada, los niños españoles fueron concentrados en Moscú, “con una casa para jóvenes que no querían estudiar y otras para los que no querían seguir estudiando”.
Un reencuentro gracias al Che Guevara
Así, Araceli Ruiz terminó primero el curso de peritaje, como técnico de construcción de puentes y carreteras. “Me llevaron entonces a trabajar a una ampliación de la autopista de Moscú a Minsk, que es la frontera con Polonia”, recuerda.
Entonces terminó también sus estudios universitarios en la Facultad de Economía y dos años después, en 1959, estalló la revolución cubana y el ejército ruso decide ayudar a ese movimiento. “Necesitaban a gente que hablase español y ruso, porque ni los rusos hablaban español ni los cubanos rusos y allí nos llevaron a mi marido y a mí de traductores”, declara Araceli, que bromea diciendo que siempre tuvo muy claro que se casaría con un español “aunque fuese malo y feo” porque con un ruso “era todo muy complicado”.
En Cuba conoció a Raúl y Fidel Castro pero, sobre todo, fue muy importante su encuentro con el Che Guevara, con el que trabajó directamente. “Él era comandante pero también era médico, era un fuera de serie, inteligente, humano, caritativo, gneroso, trabajador. Lo tenía todo y además era guapísimo como hombre”, describe Araceli, que explica que el Che les preguntó a ella y a su hermana por su familia y por qué estaban separados de ella. Entonces, Araceli llevaba casi treinta años sin ver a sus padres y Guevara le animó a que los trajera a Cuba y él firmó “sin pensar y sin pedir autorización a nadie” el permiso que era necesario para que su padre y su madre pudieran conseguir el pasaje de Gijón a La Habana.
“Al cabo de un mes mis padres se presentan en Cuba, yo lloraba porque se me había olvidado como eran y estaba en el último mes para que naciera mi segunda niña, que nació en La Habana, y la primera en Moscú”, relata con claridad, mientras recuerda que ese reencuentro se prolongó durante cuatro meses, sin que sus padres tuvieran que preocuparse por nada “porque nosotros vivíamos y ganábamos bien”. Ese tiempo fue muy importante porque cuando regresó a España, en 1975, su padre ya había fallecido, pero aún pudo disfrutar de su madre, que vivió hasta los 97.
Una vida intensa y cargada de experiencias, marcadas por algunos de los episodios más importantes de la historia del siglo XX, y a la que sólo falta, según reconoce la propia Araceli, viajar a Australia. Después de haber estado en Ruanda, Angola, América Latina, Asia central y Europa sólo le falta un continente por pisar. “Ya les digo a mis hijas, cualquier día yo me escapo a Australia, aunque sólo sea para ver los canguros”, bromea Araceli Ruiz.